La semana pasada se conmemoraba el aniversario del trágico 11 S. ¿Quién no recuerda lo que estaba haciendo ese día? En mi caso, era un típico día de verano en el que la televisión rompió el lirismo y nos mostró la peor cara de la humanidad. Un avión se había estrellado en una de las torres del World Trade Center. Nos acostumbramos a ver las imágenes de un holocausto que, aunque en directo, no podíamos evitar asociar a una película. Pero en esa ocasión, la realidad superaba la ficción y la gente escapaba, robaba segundos para despedirse de los suyos, el mundo empatizó con esas familias rotas y con esos supervivientes, quizás más víctimas que los que nos dejaron para no volver.
El 11 de septiembre no fue tan sólo un día, sino el inicio de una época que perdura. Coincidiendo con el principio de siglo, la confianza casi ciega en la cual nos encontrábamos sumidos se desmoronó. A partir de entonces, el miedo a que algo semejante volviese a suceder nos sumergió en la locura y el control.
El ataque en pleno corazón del sueño americano, el primero en su propio territorio, cambió drásticamente un mundo en el que nadie imaginaba víctimas si no eran del ejército y en un territorio lejano.
El miedo y las exigencias de seguridad nos convirtió a todos en posibles terroristas. Los controles de seguridad exhaustivos hasta el punto de ser denigrantes, se instauraron en nuestras vidas con la misión de protegernos, pero también robándonos un poco de nuestra dignidad e intimidad.
Sin embargo, las víctimas de ese día no fueron solo los de Nueva York, Washington o el vuelo United 93. La guerra contra el terrorismo comenzó con un gobierno estadounidense que debía levantarse y mostrarse como un gigante vengador y justiciero, intentando recuperar el honor perdido. A nadie parecía importarle que para llevar a cabo eso, se inventasen excusas y se buscase el apoyo de muchos otros países ( a pesar de las manifestaciones de Madrid contra la guerra, nos metimos en ella con unas consecuencias manchadas de sangre inocente).
Muchas empresas americanas aprovecharon los conflictos bélicos tanto en Afganistán como en Iraq (escrito con la "Q" original) para conseguir grandes beneficios. Pero por supuesto, muchos de esos jóvenes que vieron la posibilidad de alistarse en el ejército como una salida o solución a un futuro poco prometedor, no eran ni son hijos de esas grandes fortunas republicanas seguidoras de "W". Eso sí, el estilo americano es inconfundible, tanto como sus paradojas, con veintiún años puedes pegar tiros, matar y ser asesinado, pero no puedes beber una cerveza legalmente.
El 11S no es simplemente lo que vimos, sino todo aquello que, hoy en día, seguimos sin conocer. Supervivientes con traumas, mujeres y niños asesinados en la cuna de la civilización, Guantánamo y sus torturas poco ortodoxas, misiones secretas con resoluciones poco satisfactorias, aviones llenos de féretros con banderas americanas, o familias que lloran a sus héroes y a toda una generación joven de la América más profunda.
La cicatriz de Nueva York sigue sangrando en el otro extremo del mundo y a nadie parece importarle que, cada día, siga siendo un 11 de septiembre de 2001.
Contador de los americanos fallecidos en Iraq. Agosto de 2007 en Dayton, OHIO.
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