En esta sociedad todos convivimos con un ritmo frenético que no solo se traduce en nuestras vidas, sino en nuestra manera de ser y actuar. Buscamos la novedad, lo más bonito, lo más moderno, lo que nos haga sentirnos atractivos, ricos y que nos otorgue el elixir de la eterna juventud tan anhelada. Necesitamos las modas. Vivimos por y para ellas. Carne de cañón.
Nuestro mundo se basa cada vez más en las apariencias. La inteligencia, la eficacia o la astucia quedan relegadas a un segundo plano si no vendemos un aspecto atractivo al mismo tiempo. Nuestra autoestima no se contenta con los rasgos y capacidades psicológicas, necesita ser un buen producto, un buen envoltorio.
Muchas veces, consumimos para obtener esa sensación o imagen. No es nada malo.
La sociedad nos dice que tenemos que estar al tanto de lo último que sale al mercado, nos incita a cambiar de ropa, peinado, coche, cortinas ... hasta el punto de manejarnos cuales títeres sin conocimiento de sus necesidades o gustos. Compramos cualquier cosa que funcione y nos haga sentirnos mejor en un período de unos cuantos meses, hasta que descubramos que la novedad es totalmente contraria a la anterior, que habíamos aplicado en nuestra vida como si de un dogma de fe se tratase. O también hasta que vemos los nuevos zapatos de la vecina (¿les dará tanto uso como para que se les gaste el tacón algún día?)
Y cuando digo "cualquier cosa" sé de lo que hablo...
"¿No te has enterado? Inyectarse botox en partes faciales o de la superficie corporal ya no está "in". Ahora lo que se lleva es aumentar el placer de las relaciones aplicándolo en las parte íntimas femeninas"
(Conversación de peluquería...)
Vivimos, o mejor dicho, consumimos, alejados de la realidad hasta el punto de creer que todo lo que poseemos o seremos capaces de adquirir nos hará más felices. No caemos en la cuenta de que todo seguirá aquí cuando nosotros no seamos más que meros recuerdos. Y lo peor de todo es que nos marcharemos sin entender que las modas, como nosotros, tienen fecha de caducidad.
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