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El teléfono sonó en mitad de la oscuridad. ¿Quién podría ser a esas horas? Aquel día gris ya había dado paso a la noche hacía varias horas. Descolgó y una voz familiar le preguntó si la reconocía. Mientras sus manos temblorosas trataban de agarrar el aparato, su semblante fue dibujado con una sonrisa triste. ¿Cómo no iba a reconocer esa voz que se había convertido en la de un hombre ante sus ojos?

Hacía mucho tiempo que no sabía nada de su vida, o por lo menos, mucho más desde la última vez que habían hablado. Sabía que las cosas le iban bien. Aquello no era una buena nueva, sino una realidad que le había acompañado toda su vida. Sus sentimientos habían sido especiales, siempre había esperado grandes cosas de él.

Desde el momento en que el timbre del teléfono rompió la soledad que acentúa la noche, sintió que aquello sería una despedida. Quiso ser fuerte. Despegó sus labios.


- Espero que seas muy feliz. Estoy segura de que la vida te deparará todo lo bueno que se merece alguien como tú.
- ¿Sabes? He llegado tarde.

Una lágrima salada emigró hacia su boca, silenciosamente, bañando de reflejos su mejilla.

- Creo que siempre llego tarde, como si no perteneciese a este presente. Pero, a pesar de lo que suceda mañana, esta noche necesitaba oir tu voz por última vez y decirte que jamás te olvidaré.



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