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Mostrando entradas de julio, 2011
El teléfono sonó en mitad de la oscuridad. ¿Quién podría ser a esas horas? Aquel día gris ya había dado paso a la noche hacía varias horas. Descolgó y una voz familiar le preguntó si la reconocía. Mientras sus manos temblorosas trataban de agarrar el aparato, su semblante fue dibujado con una sonrisa triste. ¿Cómo no iba a reconocer esa voz que se había convertido en la de un hombre ante sus ojos? Hacía mucho tiempo que no sabía nada de su vida, o por lo menos, mucho más desde la última vez que habían hablado. Sabía que las cosas le iban bien. Aquello no era una buena nueva, sino una realidad que le había acompañado toda su vida. Sus sentimientos habían sido especiales, siempre había esperado grandes cosas de él. Desde el momento en que el timbre del teléfono rompió la soledad que acentúa la noche, sintió que aquello sería una despedida. Quiso ser fuerte. Despegó sus labios. - Espero que seas muy feliz. Estoy segura de que la vida te deparará todo lo bueno que se merece alguien com

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Hay recuerdos como fotografías que, cuando los revelamos en la cubeta de la memoria –esa cubeta mágica y secreta que todos ocultamos en el cuarto de atrás de nuestras vidas-, aparecen movidos o velados parcialmente. Son los recuerdos que preceden al olvido. Vemos su imagen, queremos reproducir el tiempo al que pertenecen, o su lugar concreto, o lo que para nosotros supusieron en su día, pero, por alguna razón, por más que lo intentamos, no podemos conseguirlo. Por eso nos producen una gran melancolía. Entre cada recuerdo- como entre cada fotografía- quedan siempre unas zonas en sombra bajo las que se nos ocultan trozos de nuestra propia vida; trozos de vida a veces tan importantes, o tan significativos, como los que recordamos o como los que viviremos todavía. Son esos cortes en negro que sustituyen en las películas a los fotogramas rotos o quemados por las máquinas y que hacen que cada vez sea más complicado poder seguirlas. Al final, cuando se repiten mucho, terminan por hacer el re