Cien minutos de felicidad. Eso es lo que sucede cuando sentado en la oscuridad y con un título como única información se enciende la pantalla. Las imágenes llenas de luz comienzan a aparecer. París y el jazz lo envuelven todo. Durante los cinco primeros minutos estás convencido de que el precio de la entrada ya está amortizado y si se acabase la película en ese mismo momento volverías a casa con la misma sensación que te produce algún recuerdo de infancia.
Sin embargo, tan sólo es el principio, todavía te quedan 95 minutos de felicidad. No ésa producida por una comedia que no te da ni un respiro, sino la que consigue mantenerte sereno y ansioso. Fina, sutil, plena. La misma sensación que queda cuando despiertas del maravilloso sueño al aparecer los últimos créditos. Entonces sales del cine y no puedes evitar pensar, fantasear, sonreír.
Dicen que París es siempre una buena opción. Si encima es de noche y puedes pasear bajo la lluvia corres el riesgo de que tanta felicidad te pueda matar, o como poco, dejarte arrugas permanentes con la forma de una sonrisa.
Dicen que París es siempre una buena opción. Si encima es de noche y puedes pasear bajo la lluvia corres el riesgo de que tanta felicidad te pueda matar, o como poco, dejarte arrugas permanentes con la forma de una sonrisa.
Por consenso, los elefantes se han reconciliado con la Woodyterapia.
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